Dejemos de distraernos con términos como derecha e izquierda, socialismo y capitalismo. Todo ello nos distrae del verdadero problema: la concentración del poder político.

El poder debe estar descentralizado, distribuido y dividido.

Un sistema auténticamente democrático siempre sospecha del poder y establece reglas para evitar su abuso. Siempre hay una puerta de salida a una mala decisión o a un intento de abuso; el sistema cuenta con mecanismos de autocorrección.

Cuando el poder está distribuido se fomenta un ambiente de cooperación porque nadie es tan poderoso como para dominar a otros. Ese es el gran aprendizaje de los sistemas políticos de avanzada.

Dividido: Nadie tiene todo el poder. Cuando menos hay un Legislativo (el que pone las reglas) y un Judicial (el que las interpreta en caso de conflicto) que limitan al poder del Ejecutivo. Hay cuando menos 3 nodos de poder. Ese es el mínimo. La cumbre de la pirámide no es una, son tres.

Descentralizado: Las decisiones se toman cerca de los problemas. La autoridad local tiene peso, se valoran los nodos locales y al cliente. Se le da poder a la base de la pirámide o a la periferia de nodo central.

Distribuido: La división del poder va más allá de la división o la descentralización. Ya no es una pirámide sino una red de nodos. Ningún nodo es tan poderoso como para dominar a los demás.

Es difícil llegar a una distribución absoluta en donde cada individuo es un nodo, pero hay grados. Los medios de comunicación, las asociaciones ciudadanas, los grupos de interés, los órganos reguladores, las instituciones pueden contar con suficiente poder para matizar e influir, para limitar aún más al Poder del Ejecutivo.   

Si el país cuenta con un Poder Judicial independiente, imparcial, efectivo, transparente y poderoso, cuando menos se le da una oportunidad al individuo de defenderse ante el abuso del poder. Eso es lo que se conoce como el imperio de la ley y el Estado de derecho. Los conflictos se resuelven mediante la razón, no mediante la fuerza. Las democracias liberales siempre cuentan con ello.

Nos hemos perdido en términos y nos hemos olvidado de esta máxima: quien puede abusar del poder va a abusar del poder. No importa si el gobierno se dice de “derecha” o de “izquierda”, “conservador” o “progresista”, “socialista o capitalista”,  todo esto confunde a muchos, son términos que debemos tomar con cautela porque los políticos conflictivos, los populistas, los utilizan para dividir a la población en bandos y centralizar el poder en sí mismos.

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En el fondo, si una sociedad permite que su gobierno concentre el poder, está anulando la cooperación y fomentando la imposición, es una sociedad que permite privilegios artificiales para unos cuantos y una economía extractiva de extorsión. 

La sociedad, las instituciones, las sociedades ciudadanas, los medios de comunicación, los partidos políticos, los grupos de interés y los individuos deben estar atentos a ello. Cualquier político que con el argumento que sea, venda concentración de poder en su persona, en su partido o en el poder Ejecutivo, es un peligro y debe ser neutralizado con oportunidad y contundencia.

Los resultados, en un 85%, dependen del sistema. Por ello, es conveniente pensar en fortalecer al Judicial y que el sistema sea descentralizado y distribuido, para no depender de la buena voluntad y el buen juicio de nadie. Esa es la tarea.

¿Por qué se ha permitido que un presidente quiera concentrar tanto poder? ¿Por qué aún muchos mexicanos defienden esto? ¿Qué acaso no habían quedado suficientemente claros los riesgos? ¿No habíamos avanzado en los límites al poder? ¿Qué tenemos que hacer para evitar este riesgo en el presente y en el futuro?

Si no entendemos que el poder debe estar dividido, descentralizado y distribuido, seguiremos tropezando con altos grados de corrupción, privilegios artificiales, violencia y pobreza.