La semana pasada hubo noticias tristes de la grave situación por la que pasa hoy el INAH, cuyo presupuesto operativo ha sido recortado en un increíble 75 %. ¿Se puede decir alguna cosa ante semejante salvajada? Cierto, el INAH tiene mil problemas. Siempre los ha tenido. Con todo, eso sí, sigue siendo una institución fundamental para el país. Los trabajadores del instituto custodian centenares —en realidad miles— de sitios arqueológicos, iglesias, museos, bibliotecas y monumentos históricos. Están encargados de lugares que son referencia para el mundo: el Museo Nacional de Antropología, el Templo Mayor, las ruinas de Chichén Itzá, nuestros monumentos coloniales y un larguísimo etcétera.

Ilustración: Patricio Betteo

El INAH tiene también en su haber una robusta planta de investigación, abocada a hacer nuevos descubrimientos, como el del gran cementerio de mamuts que apareció en los terrenos del aeropuerto de Santa Lucía, o las enormes ruinas mayas, hasta ahora desconocidas, que aparecieron en Aguada Fénix, Tabasco. Esos investigadores se dedican, además, al estudio de artefactos culturales, tradición oral, etnología, historia, museografía y preservación. La planta de investigación del INAH ha tenido y tiene aún investigadores de gran relevancia: Enrique Florescano y Carlos Monsiváis en sus tiempos del Castillo de Chapultepec, Beatriz Barba de Piña Chán, Eduardo Matos, Antonio Saborit, Leonardo López Luján y Antonio García de León, por nombrar algunos. El INAH es, además, una institución educativa con centros como la Escuela Nacional de Antropología e Historia que, de acuerdo con un reportaje de El Universal,se ha quedado ahora sin recursos para sostener la plataforma de comunicaciones que se necesita para que sus estudiantes terminen el semestre académico en situación de covid.

Y es a esa institución tan compleja a la que ahora se le ha reducido el presupuesto operativo a tal grado que, según Animal Político, el director de la institución, Diego Prieto, les pidió a los investigadores que escogieran un proyecto de investigación para que siguiera siendo financiado, de entre los 1600 que el instituto apoyaba cada año. En otras palabras, la investigación del INAH está moribunda. Importantes centros turísticos, como Palenque, por ejemplo, tendrán que suspender las labores de mantenimiento. Vaya, parece que ni siquiera se podrán atender las famosas goteras del Museo Nacional de Antropología ni habrá limpieza en el Templo Mayor. Para fin de año no faltarán los reportajes que relaten lo que para entonces le habrá sucedido al patrimonio histórico de México.

Se dice por ahí que en realidad no se trata de un abandono, sino de una respuesta ante una situación de emergencia que pide “únicamente” que la institución entre a un estado provisional de “hibernación”, como si el INAH fuera una especie de Bella Durmiente picada por la aguja envenenada de la Austeridad Republicana. El INAH, dicen, debe dormir tranquilo, que ya volverá la primavera, cuando nuestro príncipe lo descubra y lo despierte con un beso cargado de presupuesto. Entonces, en enero del 2021, dicen, el INAH se desperezará, sacudirá su letargo y volverá a lo suyo como siempre.

Lo previsible es otra cosa. A diferencia de la Bella Durmiente, los monumentos se deterioran y, para acabarla, muchos de ellos ya están en una situación precaria por los sismos de 2017 y no han sido restaurados justamente por falta de presupuesto. A eso se le va a agregar el abandono del INAH.

Las bibliotecas cerradas también se deterioran si no se les da mantenimiento adecuado y las investigaciones que se iban a realizar allí se habrán pospuesto o, en algunos casos, se abandonarán. Un museo tan famoso como el Museo Nacional de Antropología no debe ser un chiquero lleno de goteras y cubetas —esa clase de situación comunica mucho, demasiado— sobre la situación general de la cultura en el país, y tendrá efectos muy reales.

La Escuela Nacional de Antropología, que lleva décadas sobreviviendo en un miserabilismo paupérrimo —con una planta de profesores minúscula, y otra de profesores de asignatura realmente muy mal pagados— prácticamente tendría que cerrar sus puertas, porque no ofrece condiciones para enseñar con las nuevas normas del covid.

La imagen poética de una institución que hiberna, para luego ser despertada con un beso presidencial (manifiesto en su ejercicio del presupuesto), no es sino una fantasía narcista del poder, que cree que basta con que el señor presidente abra la llave del presupuesto y proclame: “¡Ábrete, Patrimonio Histórico!”, para que el patrimonio se abra en todo su dorado esplendor, tan rico y brillante como el altar mayor de la iglesia de Tepotzotlán. Pero esa fantasía tiene poco que ver con la realidad. El patrimonio necesita cuidados constantes porque es una cosa viva, material y se deteriora y desaparece, y también porque es un objeto de conocimiento científico y artístico. En el caso (nada seguro) de que el gobierno de México tenga en 2021 un presupuesto mayor al actual, y que entonces le abra el grifo al INAH, se encontrará con un personal desmoralizado y numéricamente mermado por la salida en masa de los trabajadores contratados con el famoso “capítulo 3000” a quienes ya no se les renovará su contrato. Se encontrará, también, con innumerables monumentos deteriorados y algunos también arruinados o saqueados; habrá, además, una menor afluencia de visitantes para museos y exposiciones, una plataforma de investigación estancada, una escuela en ruinas y una propuesta cultural rancia.

La obsesión que tiene el gobierno actual con la “soberanía” energética —que, por cierto, es también una fantasía— está siendo alimentada a costillas de una responsabilidad verdaderamente fundamental del gobierno, que es la de ser custodio del territorio y de los bienes públicos de la nación.

Claudio Lomnitz
Profesor de antropología de la Universidad de Columbia. Es autor de Nuestra América. Utopía y persistencia de una familia judíaLa nación desdibujada. México en trece ensayos y El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, entre otros libros.