Todas las guerras esconden motivos y distorsionan realidades. La ira es una gran máscara que siempre oculta tesoros interesantes y secretos inconfesables.  La “guerra contra las drogas” no es la excepción.

La guerra divide en bandos de “nosotros contra ellos”, de los “buenos contra los malos”.  Si consumo drogas legales soy bueno, si consumo drogas ilegales, soy malo.  En lugar de enfrentar mis adicciones y soledades, arremeto contra los demás. En lugar de sentir compasión por mi y por el otro, en lugar de enfrentar mis temores, cierro los ojos, el corazón y el entendimiento, y me pongo el uniforme. 

La guerra se viste siempre con lemas grandiosos e ideales abstractos: “El bienestar de nuestros hijos”, “la seguridad de nuestras fronteras”, “el futuro de la patria”.

La guerra no soluciona. La única solución en la guerra es aniquilar al enemigo. El enemigo no merece trato humano. Lo menosprecio, lo encarcelo, le violo sus derechos, le quito sus propiedades y libertades. “Se matan entre ellos” es una frase muy común para justificar la deshumanización; deshumanizo a mi rival pero primero me deshumanizo a mi mismo. 

Hacerle la guerra a la oferta o al consumo de drogas no soluciona nada. Ni baja el consumo, ni baja la oferta. La guerra es violencia que genera más violencia.  Pero como el origen no es racional y sus soldados no entienden razones. Unos dan órdenes, otros obedecen. Todos matan.

La guerra crea costos para todos y beneficios para unos cuantos. La guerra genera ganancias ilícitas y oscuras a quienes la promueven. Alguien se beneficia del caos, de la muerte y de las ganancias económicas, pero la mayoría no ve esto, se ha deslumbrado con el ideal de la guerra y es prisionero de sus propios temores.

La guerra es afán de control sobre los demás. No permito, no acepto que la vida se auto- ordene, yo debo controlarla. Yo soy el dios que tiene la razón e impongo mi visión sobre los demás, sea un país, una raza o una clase social.

La guerra aflora las crueldades más inimaginables del ser humano.  Recluta a jóvenes de ambos lados para que en efecto, los pobres, los desprotegidos y los vulnerables “se maten entre ellos”.  En la guerra, los  generales de ambos lados gozan de la vida mientras sus tropas se exterminan en el campo de batalla. 

La guerra es una manera de dirigir a la pobreza y la desigualdad social contra sí misma para que no se dirija contra el sistema político.  Dice Oliver Stone que la Guerra Fría no era una guerra entre el comunismo y el capitalismo, sino entre el Primer y el Tercer Mundo, una guerra de los ricos contra los pobres; una guerra que se daba dentro y fuera de sus propias fronteras.

Podríamos culpar a otros por la guerra. Podríamos seguir señalando a los EUA como  el gran culpable. Pero la verdad es que nosotros la hemos enarbolado como propia.  Si lo duda, haga un intento de hablar a favor de la paz y vea cuántos mexicanos insisten en la guerra, cuántos creen que sólo es cuestión de tiempo para matar a todos los “malos” o para que finalmente, “se maten entre ellos”. Vea cuántos condicionan la paz a que primero seamos un país de Primer Mundo para tomar decisiones de Primer Mundo sin entender que el proceso es inverso. 

Alguien me aclaró en días recientes. Cada 100 años México entra en guerra contra sí mismo: La de Independencia en 1810, La Revolución en 1910 y ahora esta guerra que nadie sabe cómo nombrarla.  Interesante.

 

 

¿Qué desequilibrios personales y colectivos nos han llevado a esta guerra? ¿Qué necesidades queremos disfrazar de cruzada?¿Qué espejo no hemos querido limpiar? ¿Qué arquetipos nos controlan?  ¿Qué es lo que no hemos querido enfrentar y se repite cada 100 años?